Ahí o aquí

Ahí te quedas, con tu agonía y tus manías, con tus noches sin luna, con tus preguntas sin respuesta. Aquí me quedo, contemplando la sonrisa que no vacila, la llamada que no se pierde, el cariño que se termina.

Ahí te dejo, esperando junto al árbol que se agita, cantándole a las estrellas, desflorando vergeles que se marchitan. Aquí me dejo, al lado del amanecer que me calienta, derrotando lo imposible, deshaciendo la maleta.

Ahí te abandono. Frente al mar, mientras descifras las olas mordiendo el polvo que nunca echamos, calmando ansias, cegando dudas. Aquí me abandono, entre líneas que se difuminan, pobres y orgullosas, aunque estén malheridas.

Ahí te renuncio, visitando las horas, viéndolas morir, acampando a la vera del hastío de un nuevo mañana sin presencia. Aquí me renuncio, al lado de mi veteranía y mis rarezas, de mi inmadurez imprecisa, de mi imprecisa tristeza.

Ahí te descuido, te marcho, te alejo, te cedo, te prescindo. Aquí me cuido, me marcho, me alejo, me concedo, y te prescindo.

Ahí… aquí…

Siempre quise…

Siempre quise ser canción, pero me quedé en verso mal avenido. Es por culpa de la desidia, esa palabra que de tanto repetir se ha convertido en axioma permanente en mi cómputo de versos. Quizás es la falta de agallas lo que imposibilita que transforme en olvido la existencia de tu presencia en mi memoria. O la sinceridad de esos recuerdos de sucios besos que sabían a bocas ajenas. A las miles de ellas que desfilaron por la tuya antes de rozar la mía. Y me enajena.

Siempre quise ser guerrera, pero me quedé en falacia mimetizada en verbo sin historia. Baleando los centímetros que me separaban de tu entrada, ahilando tu presencia con la mía en una eterna discordia entre la locura y la cordura de salivar maldiciones por misericordia. Anhelando una ginebra que quemase mis entrañas. Regalándote lo mejor de mí para que egoístamente lo atesoraras entre los muros inquebrantables que construyen el alma de los de tu calaña.

Siempre quise ser patraña, pero me quedé en gesto hipócrita. Como esos polvos de madrugada que pierden magia por culpa de los elixires de la vejez mal controlada. Promesas inexistentes trastornadas en lamentos que imploran, inútilmente, unos labios que ya no le pertenecen. Acallando llantos y despedidas eternas que se disfrazaban de hasta luego. Y me enoja, me enfuerece pensar que das muy poco y yo demasiado, a sabiendas que lo mejor de mí en ti se ha quedado.

Siempre quise ser viajera, pero me quedé en transeúnte sin coordenadas. Imaginándome el Caribe en postales de todo a cien. Más perdida que la marejada cuando choca contra el rompeolas. Vagando sin mapa por los cuatro puntos cardinales de tu cuerpo. Sumergiéndome en el océano de mi retentiva para hallar el argumento que me llevó a ti, y así poder lapidarlo de forma fulminante con una sonrisa sutil para, finalmente, pasar a la defensiva, empezando a vivir sin la droga de tu figura mi propia vida.

¿Qué son para nosotros, corazón…?

Cultivo contradicciones mientras la discordia se va sembrando por si sola. Recojo desilusiones que se transforman en mentiras con sabor a impaciencias de madrugada. Me diluyo en el entorno fingiendo que soy como vapor de agua, volátil, efímero. Aunque eso sea incluso más inveraz que estas tres líneas de texto.

Escucho como se aleja el deseo para metamorfosearse en la lejanía en un simple silencio que queda en la nada, el vacío o la mera sonrisa desgastada por las fricciones del esfuerzo no satisfecho. Intangible vacuidad que vuelve a repetirse en este éter que se presenta disfrazado de falsa tranquilidad. La ansiedad es la podredumbre de la lucidez de una inteligencia que ha de camuflarse de mediocridad para no sentirse presionada por el mal endémico que plaga esta sociedad, que no es otro que la sociedad en sí misma. Son jirones de prendas rotos por la violencia descargada al tratar de canalizar el famoso Thanatos de Freud. Y es otra mentira más. Cómo todas y cada una de las falacias que circulan en la interminable red de datos que vamos almacenando cual síndrome de Diógenes en las autopistas que conforman esa estructura natural llamada cerebro.